miércoles, 11 de noviembre de 2009

El misterioso tío Adolf

Dentro de la cabaña, los hijos de Goebbels escuchaban atentamente los cuentos inventados por el tío Adolf (les causaba mucha gracia el movimiento de su bigotito). "¡Cuéntanos el del búho!". "Yo quiero el del zorro". "Yo no quiero ninguno", pensó el más pequeño. Como todo orador, el tío Adolf accedió a todos los pedidos (casi se queda sin voz). Antes de irse, a cada niño, le regaló un caramelo.

- ¡Gracias por los cuentitos!
- ¡Gracias por los caramelos!
El más pequeño- que era el más desconfiado- le dijo: "Qué misterioso eres tío Adolf..."

Al cerrarse la puerta, el tío Adolf, bajo una noche estrellada, caminó por los valles de Viena. Contemplando la luna, sin arrodillarse, comenzó a susurrar: "Quiero ser lobo, quiero ser lobo, quiero ser lobo". Pero...uno a veces desea y nada sucede: el influjo lunar es quien transforma a la mujer en loba (Hitler espera el sol). En la punta del monte sagrado hace el saludo fascista; y se produce la magia, el misterio: frente a él se le aparece un espejo. Al ver su imagen, comienza a proclamar un discurso hasta que...dentro del espejo se encuentra Goebbels que, en un instante, toma cuerpo, se materializa. Luego de saludar al líder se dirige hacia la cabaña (Goebbels escucha como, tras su espalda, Hitler retoma su discurso, frente al espejo). El hijo más pequeño-el único que no comió el caramelo- es quien le abre la puerta.

- Es que...papá; no tengo sueño
- En algún momento caerás- el padre acompaña al hijo a la cama- ¿tus hermanos han comido los caramelos?
- Sí papá. Pero yo no
- Si te comes el caramelo que te ha traído el tío Adolf- Goebbels, como gran publicista, lo
hace desear- te contaré la historia del lobo y el cordero- y al decir la palabra cordero, el
niño abrió la boca.

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