sábado, 7 de noviembre de 2009

Ensayo sobre los indios

Muchos años antes de la llegada de Colón, los aztecas ya sabían de la existencia del hombre blanco; los españoles no fueron los primeros. Para los primeros indios que los vieron, los españoles eran Dioses que bajaban de los cielos: las carabelas eran como pájaros y sus alas eran las velas; aparecían por esa línea final- el horizonte- tan pegada al cielo, que las carabelas aparentaban el vuelo por el viento. Los españoles destruyeron los Dioses de los indios y les impusieron la cruz. Los curas les hablan de Dios, el único Dios, el Creador. Los curas cargan las jarras para pasarle agua bendita por la frente de cientos a miles de indios. Agua bendita... ¿pero bendita por quién? Por Dios (ausente). ¿En qué se diferenciaba el agua bendita del agua? En nada. Para sobrevivir, algunos indios son bautizados y fingen aceptar y amar al Dios de los españoles. Por las noches, a escondidas, les rezan a sus propios Dioses.

Entre el cielo y la tierra

Hércules les da vino, alegría
Jano les abre las puertas
Y los guerreros-frente a Belona- se arrodillan
Ella es la Diosa de la guerra

Bajo la luz de Diana, Diosa de la luna
Virbio, rey de la selva
Devora al búho de la sabiduría
El de Minerva

Los hombres piensan en Saturno
Las embarazadas le rezan a Egeria
Juno, Diosa de la fertilidad
Es quien une la piel con la tierra

viernes, 6 de noviembre de 2009

Federico el Grande. Un Principe afeminado en el siglo XVIII

En Europa era común que un padre maltrate a su hijo: Federico I, emperador de Prusia, sin razón alguna agarraba los cabellos de sus hijos y lo hacía arrastrar a su hijo Federico hasta pedir perdón. La violencia la relacioné con que Dios había mandado a su hijo a la tierra para que lo maten; lo que el padre detestaba era que Federico fuese amanerado; su voz era muy suave. Sus lágrimas caían al ver como sus vestimentas más preciadas- verdes, rojas; todas bordadas en oro- eran quemadas. “Lo odio, decía el joven, lo odio”. Pero, ¿durante cuánto tiempo soportaría el maltrato, la humillación? ¿Sería como Jesús? No; Federico odiaba a su padre a tal punto que, si hubiese tenido la oportunidad, lo habría matado. El odio nubla las mentes humanas, no las deja pensar con frialdad: de un día para el otro, Federico escapó con su amigo íntimo hacía Inglaterra. Pero, ¿cómo escapar de su padre, el emperador, el todopoderoso? Al anochecer, uno de los guardias le informó de la desaparición de su hijo. “Lo hubiese perdonado si en Inglaterra lo esperase una cortesana. Pero... ¿con un hombre?- silencio- ¿Por qué?”. El plan de Federico era irreal: creía que cruzaría Prusia con su amigo íntimo. “Nunca”. Era imposible que ninguno de los 80 mil soldados de su padre no lo viese; así fue como los atraparon. Federico I se veía a sí mismo como un gigante: en una mano su hijo; en la otra su enemigo, el amante. El emperador cerró su mano, a medias: y Federico fue cautivo en una fortaleza (dos centinelas armados en la puerta). El emperador giró su cabeza y tuvo ante sí la imagen de su mano derecha: deseaba- más que nada en el mundo- cambiar las inclinaciones de su hijo; para eso, el amante debía desaparecer. Las voces de los soldados traspasaban la puerta: se había formado un consejo para ajusticiar a su amante. “Le dieron prisión perpetua”. El emperador, furioso, formó un segundo consejo. “¿Nuevamente prisión perpetua?”, le preguntó a uno de sus generales, golpeando la mesa. Pero, ¿para qué seguir una ley, un dictamen, una norma? Federico continuaba encerrado y nadie osaría enfrentar al Emperador; su figura se alza como una nube por sobre todas las almas prusianas. “Las grandes mentes imperiales, no dudan”. Con tono firme les dice a sus soldados que ejecuten al amante (la cuestión era dónde). Al atardecer, dos guardias abrieron la puerta y, agarrándolo de los brazos, lo llevaron a Federico hacia la ventana de su prisión. “Quiero que mi hijo lo vea morir”.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Erick Hanussen, el mago de Hitler

El líder dice lo que quiere escuchar la masa; el mago dice lo que quiere escuchar el líder. Antes de las batallas, Julio César, se reunía con los arúspices que abrían el vientre de las aves para leer, en sus entrañas, los signos de la sangre. "Para alcanzar el poder terrenal necesitas el poder celestial". El mago de los guantes verdes, Erik Hanussen, el mejor vidente de Berlín, solía contar que, luego de la primera guerra mundial, con sus poderes, había encontrado y desterrado tumbas alemanas y austríacas...¿cómo lo podía comprobar? Los grandes poderes se encuentran en un pasado que nadie vio. En la entrada del palacio del ocultismo veo la estatua de Hannussen, con el brazo en alto; Nauseen se sienta en una silla alta (una luz-artificial- lo ilumina). En 1932- el año del que hablaba Von List- Hanussen había predicho que Hitler sería canciller en 1933(todo se unía). El mago dice lo que quieren escuchar el líder, lo hipnotiza (detrás veo serpientes, reptiles). Pero, ¿a cuántos les había pronosticado de su ascenso al poder? ¿Sólo a Hitler o a todos los políticos? ¿Por qué sus visiones siempre eran positivas? Porque nadie desea ver un futuro teñido de tragedias. Algunos orientales acuden al palacio del ocultismo; Hanussen adivina lo que un hombre tiene en el bolsillo o en su mente (cada uno parece tener asignado un guión previo). De las manos de Hanussen no nacen rayos, tampoco puede volar; carente de fuerzas sobrenaturales el mago debe tener la información que muy pocos sepan (transforma el conocimiento en misticismo). Sabiéndolo, Hitler necesita olvidarse que Hanussen es judío: el mago traza el horóscopo diciéndole- como le dice a la mayoría- que su constelación es favorable. "Sólo falta sortear un obstáculo". El obstáculo es obvio: es Hindenburg (Hanussen no lo aclara; deja que Hitler lo piense). "Todo los pensamientos, las acciones humanas y el instinto de los animales están dirigidos por el influjo lunar". Teatralmente, sabiendo la respuesta, el mago le pregunta si desea acceder al poder. "Debes conseguir una raíz con forma humana, arrancada del patio de un carnicero, en una noche de luna llena". El mago dice lo que quiere escuchar el líder. El líder lo sigue.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Napoleon Bonaparte

Napoleón no es católico ni ateo: ve al catolicismo- al igual que los revolucionarios vieron a la guillotina- como un medio para controlar. “No puedo creer todo lo que se me enseña”, responde de manera cortada. Lo que busca un emperador es la unidad: si todos creen lo mismo, se acotarán los choques. Imagino un futuro emperador: si triunfa en toda Europa, Napoleón, con la cruz como espada, atacará a otras creencias (imponer su mundo). Pero el gran problema que lo atosiga no es la religión ni sus enemigos: su esposa, Josefina, no puede concebir hijos; sin un hijo varón, Napoleón no tendrá herederos (pese a no ser monárquico, Napoleón se comporta como un rey). Mientras imagina cómo su hijo- que no nació- será emperador de Roma, piensa en cómo pedirle el divorcio a su esposa. “Es por el bien del imperio”, Napoleón habla solo, frente al espejo. Y recuerda el dinero que su mujer le ha entregado para sus primeras campañas. “Sin ella hubiese sido imposible Italia”: Duda, retrodece. ¿Cómo decírselo? ¿En qué momento? Es increíble: Napoleón parece perdido, como si lo atacaran mil ejércitos. Las lágrimas, las de ella, su esposa, lo enmudecen, lo paralizan. “Sería muy injusto que no la haga emperatriz”. Napoleón sabe que su unión con Josefina- que tendrá el mismo efecto que un casamiento monárquico- deberá ser efectuada por Pío VII, el papa. En un momento creí que Napoleón se trasladaría hacia Roma: se trataba del papa. Pero no se trataba del papa, sino de Napoleón. “El poder de las batallas supera al de las creencias”, fue lo que pensé al enterarme que la boda se celebraría en París. Luego del encuentro entre el papa y el emperador, pensé: “Napoleón fue el único que no se arrodilló ante él”.